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LAAS IDEAS POLITICAS EN LA OBRA DE CESAR VALLEJO

A los 80 años de la muerte delpoeta universal

Publicado: 2018-04-15

Por Gustavo Espinoza M. (**)

“Vallejo es un creador absoluto”

José Carlos Mariategui. El proceso de la literatura

González Viaña recuerda que en 1923 César Vallejo no estaba libre, ni lo estaría jamás, de la persecución judicial que contra él habían entablado sus enemigos. En esa circunstancia -dice- Antenor Orrego decidió alentarlo para que se fuera a Europa, diciéndole “Si te quedas en el Perú, César, hermano, en algún momento te apresarán y volverás a la cárcel de Trujillo. Además, si te salvaras de eso, nadie en Lima reconocería nunca tu talento. Tan sólo serías acogido con la risita envidiosa que tú conoces”

De este modo, el fundador del Grupo Literario “Norte”, que influyera tan decisivamente en el surgimiento de una apreciable corriente del pensamiento peruano, soldó su relación personal con Vallejo al mismo tiempo que le señaló un derrotero de vida por cierto inesperado, pero que convirtió al autor de “Los heraldos negros” en una figura emblemática de la vida peruana y, al mismo tiempo, en un expatriado voluntario que nunca pudo volver al Perú.

La anécdota tiene importancia no sólo porque refleja un contenido de la época, sino también porque deja testimonio claro que la vida -y la obra- de Vallejo no estuvo nunca lejos del quehacer político. Al contrario, desde los años de su mocedad, Vallejo vivió estrechamente vinculado a la dura y acuciante realidad que nos rodea.

Como se recuerda, el Grupo Norte -que también integrara en su momento Víctor Raúl Haya de la Torre- fue una fuente inagotable de propuestas, ideas y sugerencias de diverso tipo que incidieron en la vida nacional en la primera parte del siglo XX. El APRA se revindica, por eso, sin aportar muchos elementos, como una fuerza eslabonada a estas inquietudes que hicieron de aquella generación, una de las más brillantes de nuestra vida intelectual.

No todos los miembros del Grupo Norte, finalmente, dedicaron su preocupación principal a la política. Juan Espejo Asturrizaga, por ejemplo, fue principalmente un educador; y Macedonio de la Torre, por encima de todo, fue un eximio pintor. Los más destacados, sin embargo, tuvieron una inquietud signada por el partidismo, y en las filas del APRA, muchas veces se jugaron enteros por una causa que -en su propia percepción del mundo y de la vida- encarnaba entonces ese Partido.

César Vallejo integró por cierto el Grupo Norte. Y estuvo influido por las ideas vigentes para estas jóvenes figuras de nuestra cultura, con la salvedad que el poeta hizo su propio proceso de formación ideológica y avanzó más allá hasta visualizar el socialismo como su ideal de futuro.

Lo importante, por eso, no estriba en subrayar las coincidencias que lo vincularon al Grupo Norte, sino en precisar la idea que Vallejo tuvo, desde el inicio de su vida, una formación y una conciencia política claramente definida que marcó de comienzo a fin su itinerario, y que selló su obra en todos los géneros que supo cultivarla.

Vallejo fue, en efecto, un pensador y un activista que hizo poesía, periodismo, relato, historia, cuento, teatro, leyenda, novela, pero también -y de manera constante- política. Así, comprometió el total de su legado, con un mensaje que hoy nadie se atreve a negar.

Una mirada a sus primeros años nos lleva a recordar que en 1915 había optado por una carrera universitaria en Trujillo y otras en Lima. Ese fue un año importante en la vida mundial porque marcó un hito en la historia: la Conferencia de Zimmerwald –septiembre de ese año- lanzó el primer grito contra la guerra, y un fervoroso llamamiento a los pueblos para que alienten y promuevan la paz. El documento, tan importante que Lenin lo encomió en su momento, fue recogido aquí por José Carlos Mariátegui quien lo consideró “el primer despertar de la conciecia poletaria” .

La guerra del 14, como se recuerda, vino escondida en un discurso patriótico. Se cimentó en la idea de afirmar el orgullo nacional haciendo escarnio de la supuesta inferioridad del vecino y se orientó a enfrentar a unos pueblos contra otros porque los grandes monopolios estaban convencidos que el comercio de armas y la industria de muerte les permitiría afrontar la crisis de descomposición de un sistema que ya en ese entonces comenzaba a desmoronarse.

Hubo quienes, en el mundo, no se tragaron esa argumentación. Lenin, por ejemplo escribió en 1915: “Se trata de una guerra entre dos grupos de grandes potencias rapaces por el reparto de colonias, por la esclavización de otras naciones, por obtener ventajas y privilegios en el mercado mundial. Es la guerra más reaccionaria. La guerra de los esclavistas modernos por conservar y afianzar la esclavitud capitalista”

Vallejo vino a Lima en diciembre de 1917, y muy pronto se vio arrastrado al mundo de la literatura, En 1918, en efecto, mientras en Europa se silenciaban los cañones y se ponía fin a la Primera Gran Guerra sin que se resolvieran los grandes problemas que agobiaban a sus pueblos, entregaba su primer libro de poemas -“Los heraldos negros”- que bien podrían conciliarse con los agoreros de la aguda confrontación que golpeaba al mundo en ese entonces. Y es que, en efecto, los pregoneros de la guerra, los nacionalistas fanáticos y los revanchistas de los más diversos pelajes, podrían ser los heraldos negros que nos traerían la muerte asestando sobre los hombros de los pueblos golpes feroces, terribles.

Un trabajo bastante serio referido a las ideas políticas de Vallejo fue elaborado hace algunos años por Manuel Miguel de Priego Chacón. Se trató de un trabajo riguroso y prolijo que, en su momento, fue insertado como preámbulo a los “Ensayos y reportajes completos” de Vallejo, publicados por la Pontificia Universidad Católica en el año 2002 El trabajo, sin embargo, ha quedado en buena medida relegado por cuanto los estudiosos de Vallejo han preferido ignorar la importancia de esta esfera de su pensamiento y optado más bien por el lado romántico -o incluso simplemente “humano”- de su obra.

Quizá por eso tenga algún mérito especial el hecho que se haya optado por analizar el tema. Y es que, en este marco, debe recogerse la esencia del estudio en referencia, como testimonio de la voluntad de la inteligencia peruana de colocar la obra de Vallejo en el sitial que le corresponde.

Como es sabido, Vallejo fue uno de los pocos peruanos de la época que tuvo la posibilidad de visitar la Unión Soviética, y lo hizo en tres oportunidades. En ese inmenso país, no estuvo sólo en Moscú, sino que recorrió varias ciudades venciendo diversos obstáculos algunos de los cuales -como el idioma- le parecieron francamente infranqueables. En cada recodo del camino pudo el poeta palpitar con la vida de su pueblo, interiorizarse en el drama personal de cada ciudadano, y conocer uno por uno los retos que implicaba la construcción de una nueva sociedad en las condiciones más adversas,

Cuando decimos que Vallejo se hizo revolucionario, debemos admitir entonces que eso fue el resultado de un proceso de formación ideológica y política que se operó a través del tiempo, y al contacto directo con una realidad que pudo palpar con sus propias manos. Nadie le mostró a Vallejo aquello que era “bonito” ni “atractivo”. Hizo su propia escuela de combate percibiendo los fenómenos y haciendo un vigoroso esfuerzo de interpretación no sólo en el marco de la realidad que tenía ante sus ojos, sino también en procura de pergeñar el porvenir, otear el horizonte para ver a la distancia el camino que se habría de recorrer.

De ahí su admiración concreta por el pueblo soviético -que no disminuyó un ápice- ni su entusiasta adhesión al militante revolucionario de ese país, el Bolchevique, al que describió con maestría deslumbrante en “Rusia 1931.Reflexiones al pie del Kremlin”. “El bolchevique –dijo- se distingue de los demás sectores rusos, ante todo y sobre todo, por su ejemplaridad revolucionaria. El bolchevique es el padre de la vida soviética. Es el abanderado de la causa proletaria. Es el Pioneer del socialismo. Como tal, su conducta participa del heroísmo sacerdotal y artístico, la abnegación y el sacrificio, la audacia y el tesón están a la base de su técnica vital. En el trabajo cotidiano de la fábrica, en su acción militante, en las circunstancias banales de su vida personal, el bolchevique no piensa ni practica nada sino al servicio de la causa revolucionaria…”.

Ha habido quienes han procurado desentrañar las interioridades del texto vallejiano y los avatares de su propia vida, para encontrar supuestas o reales disidencias del poeta con el régimen soviético de entonces. Es claro que, en efecto, nuestra figura nacional tuvo ideas propias y criterios definidos, y que sus puntos de vista no necesariamente coincidieron en toda su extensión con la mirada de los comunistas rusos al escenario mundial. Pero eso no debiera sorprender a nadie. Hoy mismo, revolucionarios de diversos países tenemos matices de opinión en relación a numerosos procesos que ocurren en nuestro tiempo. Con mayor razón esa licencia se puede adjudicar a quienes desarrollaron su acción a mediados de 1930, cuando no existían las posibilidades de información y de comunicación de hoy

Ese periodo, comprendido entre 1928 y 1931, fue muy rico en acontecimientos que bien vale la pena reseñar. En 1928, como se recuerda, tuvo lugar el VI Congreso de la Internacional Comunista, evento que encontrara en el cenit de su poder a Nicolás Bujarin, “el más querido” de los líderes bolcheviques al decir de Lenin, y quien cayera en desgracia poco después. En la XVI Conferencia del Partido Comunista de la Unión Soviética, Bujarin, Tomski y Rykov, considerados entonces “líderes del ala derechista del Partido”, fueron separados y sancionados.

¿Tuvo Vallejo información en torno a estos hechos y pudo valorarlos con objetividad? Seguramente que no. No solamente no alude a ellos en ninguno de sus escritos, sino que no muestra ninguna diferencia con la política de entonces del Partido Soviético, menos en lo que podría suponerse una supuesta “desviación derechista”. Vallejo, por la experiencia de su vida y por el escenario en el que actuaba, era más bien un radical, un hombre dispuesto a la batalla. Y lo acreditó así en cada circunstancia.

Por lo demás, hay que admitir que estas desavenencias que se registraban en la alta dirección del Partido Bolchevique en ese entonces, no eran de dominio público. Seguramente los propios ciudadanos soviéticos -aún los ligados a las esferas del Poder- carecían de elementos de juicio suficientes para definir un criterio o perfilar una opción. Aceptar lo que hoy se califica como “la verdad oficial” resultaba, objetivamente, la única posibilidad real del observador en aquellos tiempos, salvo que se quisiera -lo que no era por cierto la intención de Vallejo- encontrar elementos de discordancia que contribuyeran a debilitar la imagen del Poder Soviético.

1929, no se olvide, fue el momento más grave -en el periodo- de la crisis mundial del sistema de dominación capitalista. El célebre “jueves negro” de Nueva Yorkj, remeció al mundo e hizo incubar la idea de un rápido proceso de desmoronamiento del sistema basado en la propiedad privada sobre los medios de producción, que, sin embargo, no ocurrió. Como expresión de la crisis se recuerda el hecho que en Estados Unidos se elevó a 17 millones el número de trabajadores desocupados, y que tres años más tarde, en Alemania, el porcentaje de desocupados se elevaba al 44% de la Población Económicamente Activa

Dos años más tarde, en junio 1931, en el marco de una Conferencia del Partido Comunista de la URSS dedicada a encarar temas de la industria, Stalin diseñó un panorama definido. En diez años, dijo, las fuerzas de la reacción mundial desencadenarán una guerra de agresión contra nosotros. Para afrontar ese peligro tenemos –aseguró- que concretar dos políticas: la industrialización, forzada y la colectivización forzosa de la tierra. Fueron esas los dos ejes de la construcción del socialismo soviético en ese periodo.

Hoy hay elementos de juicio suficientes para hacer una mirada crítica a esa etapa de la historia y reformular incluso la opinión que cada quién tenía -o aún tiene- sobre personalidades o liderazgos; pero no hay que olvidar que, en efecto, diez años más tarde, la amenaza señalada por Stalin en 1931 se cumplió rigurosamente. El 21 de junio de 1941 las tropas nazis invadieron la URSS y abrieron cauce a la II Gran Guerra. Vallejo no estaba ya para juzgar estos hechos, pero no cabe ninguna duda que se habría sumado a la defensa irrestricta del país soviético en ese duro y álgido periodo de la vida humana.

No hay que olvidar que Vallejo en 1932 se incorporó formalmente al Partido Comunista de España, el Partido -entonces- de José Díaz y de Dolores Ibarruri, que habrían de hacer historia poco más tarde en los aciagos días de la Guerra Civil, en la que Vallejo tuvo también participación definida. El Partido al que se adhirió en ese entonces nuestro poeta no era un partido más, ni una fuerza marginal. Era la herramienta fundamental para la política de los trabajadores en la parte más extrema de Europa occidental en una circunstancia en la que el fascismo se alzaba como una amenaza contra el mundo.

En enero de 1933, en efecto, Adolfo Hiller lograba hacerse del Poder recibiendo la nominación de Canciller del Reich de manos -nada menos- que el mariscal Hindenburg, el mismo que muy poco tiempo antes había asegurado aludiéndolo: “Este maldito hombre llevará nuestro Reich al abismo”.

Estos primeros años de la década del 30 fueron decisivos en la arena mundial. En 1932 Mussolini cumpliría diez años de poder imbatible en la Italia fascista. Antonio Gramsci llevaba ya cinco en prisión, sin esperanza de recobrar su libertad. El Japón se enrumbaba hacia una dictadura del generalato a la sombra del Emperador. En las calles de Berlín las huestes hitlerianas se aprestaban al asalto final. Es América Latina se entronizaban dictaduras brutales que veían con buenos ojos al Eje Berlín-Roma-Tokio que se formalizaría más tarde. En España, la República, surgida formalmente en 1931, se debatía en el caos por la presión de los grupos tradicionales y la tozudez de los Borbones, pero también por la precariedad del movimiento popular. En este cuadro dramático, fue que Vallejo optó resueltamente por su filiación partidista. Y ella lo acompañó en España y Francia los seis últimos años de su vida.

Esa militancia no se limitó a España. Es conocido el hecho que Vallejo tuvo que desplazarse en uno y otro momento entre París y Madrid en función de los cambiantes escenarios políticos de entonces. Expulsado de un país por su reconocida militancia comunista debía irse al otro para sobrevivir en condiciones ciertamente adversas. Así fue su estancia entre España y Francia en esos años hasta el estallido de la sublevación franquista en julio de 1936.

La producción intelectual de Vallejo se conoció poco en aquellos años y casi no llegó a nuestras costas. Sus artículos periodísticos tuvieron una cierta difusión. Sus principales relatos “Paco Yunque” y “Tungsteno” se publicaron en esa etapa, pero su aporte principal asomó más precisamente en la poesía. En “Poemas humanos”, recopilados después de su muerte y publicados por Georgette, resalta, por ejemplo, “Salutación angélica”:

“Eslavo con respecto a la palmera / alemán de perfil al sol, inglés sin fin / francés en cita con los caracoles / italiano ex profeso, escandinavo de aire / español de pura bestia, tal el cielo / ensartado en la tierra por los vientos / tal el beso del límite en los hombros… Más sólo tu demuestras, descendiendo / o subiendo del pecho, bolchevique, tus trazos confundibles / tu gesto marital / tu cara de padre / tus piernas de amado / tu cutis por teléfono / tu alma perpendicular / a la mía / tus codos de justo / y un pasaporte en blanco en tu sonrisa”

Muchos de los versos recogidos en “Los heraldos negros”, “Trilce”, “Poemas humanos” o “España, aparta de mí este cáliz” contienen definiciones de alto contenido político. Debiéramos recordar, sin embargo, “Aldeana”, “Los nueve monstruos”, “Telúrica y magnética”, “Considerando en frío”, “otro poco de calma, camarada” y otros que seguramente serán citados y analizados a lo largo de este Simposio; para remarcar el hecho que Vallejo fue un poeta comprometido hasta los huesos con la causa de los pueblos. Por eso, hizo bien Mariátegui en abrirle las puertas de la revista Amauta, y asegurar que, con su obra, Vallejo no se hunde en la tradición ni se interna en la historia, para extraer de ella emociones perdidas “Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y de su ánima”, diría el autor de los “7 Ensayos…”

Pero donde se encuentra incluso más definida la voluntad política de Vallejo y sus ideas básicas, es la intervención que tuvo en 1937 en el Congreso de Escritores Antifascistas celebrado en Valencia, en el que se dio la mano con los más caracterizados intelectuales de la época, desde Pablo Neruda hasta Rafael Alberti, pasando por André Malraux, Vicente Huidobro, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, y otros.

En esa circunstancia y alarmado por el avance desenfrenado del fascismo que se alzara en armas contra La República Española en julio del año anterior, Vallejo dijo: “Los responsables de lo que sucede en el mundo somos los escritores, porque tenemos el arma más formidable, que es el verbo. Arquímedes dijo: ‘Dadme un punto de apoyo, la palabra justa y el asunto justo, y moveré el mundo’; a nosotros que poseemos este punto de apoyo, nuestra pluma, nos toca, pues, mover el mundo con estas armas”.

Era esa una reflexión autocrítica que aludía a dos vertientes: a la extremadamente grave etapa por la que atravesaba la humanidad en ese entonces, y al papel y las tareas que debía asumir la intelectualidad en ese tiempo. Se trataba de un llamamiento a la conciencia, a la lucha, y a la imperiosa necesidad de colocar ideas y palabras -es decir, el verbo- al servicio de las mejores causas.

Es muy conocida la adhesión militante a la República Española. Por ella habló en actos públicos, mítines, asambleas obreras, universidades y centros de cultura. Y a ella dedicó todas las fuerzas humanas que su castigada integridad física pudo entregar. Enfermo en la última etapa de su vida, y fatigado por el inmenso esfuerzo mental que debió afrontar, fue capaz de producir su más valiosa y comprometida poesía.

Si hay, en efecto, un libro de Vallejo más identificado con una causa, éste es “España, aparta de mi este cáliz”. Se trata apenas de un total de 15 poemas, y constituye de comienzo a fin un grito de guerra, un llamado dramático, desesperado a la solidaridad y una exaltación del valor y el coraje de un pueblo que lucha con las armas en la mano no sólo con la idea de impedir la victoria del fascismo, sino también con la esperanza de una nueva sociedad, más humana y más justa:

“Voluntario de España, miliciano

De huesos fidedignos, cuando marcha a morir tu corazón,

Cuando marcha a matar con su agonía

Mundial, no sé verdaderamente

Qué hacer, dónde ponerme: corro, escribo, aplaudo,

Lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo

A mi pecho que acabe, al que bien, que venga,

Y quiero desgraciarme…”

A lo largo del poema se exalta el valor del heroísmo, la extraordinaria importancia del compromiso con la lucha y con la vida, la necesidad de hacer frente a los retos que se plantean ante los pueblos empeñados en construir su historia:

¿Batallas? ¡No! Pasiones. Y pasiones precedidas

De dolores con rejas de esperanzas,

De dolores de pueblos con esperanzas de hombres!

Un poema de 177 versos -el primero- en el que, además de fuerza telúrica, ritmo musical y belleza expresiva, hay reflexiones políticas de hondo contenido:

“Un día prendió el pueblo su fósforo cautivo, oró de cólera

Y soberanamente pleno, circular

Cerró su natalicio con manos electivas”

(Todo acto o voz genial viene del pueblo

O va hacia él, de frente o trasmitido

Por incesantes briznas, por el humo rosado

De amargas contraseñas sin fortuna)

“Proletario que mueres de universo, ¡en qué frenética armonía

Acabará tu grandeza m tu miseria, tu vorágine impelente”

¡Se amaran todos los hombres

Y comerán tomados de las puntas de vuestros pañuelos tristes

Y beberán en nombre

De vuestras gargantas infaustas!

¡Obrero, salvador, redentor nuestro

Perdónanos, hermano, nuestras deudas!

De todos estos poemas, quizá los más difundidos han sido el Poema III:

“Solía escribir con su dedo grande en el aire:

¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”

También el poema XIV, que es un dramático llamado a la conciencia de los hombres y una severa advertencia para que cuiden la integridad de su lucha y la limpieza de sus banderas:

¡Cuídate, España, de tu propia España

¡Cuídate de la hoz, sn el martillo,

cuídate del martillo sin la hoz!

¡Cuídate de la víctima a pesar suyo,

del verdugo a pesar suyo

y del indiferente a pesar suyo…”

Pero el poema Masa -el XII de esa a compilación-, es una bella creación literaria que exalta la imperiosa necesidad de la más amplia unidad entre los hombres, la única llamada a encarar y resolver los más grandes desafíos que la humanidad afronta

Y es que, en efecto, sólo cuando

“Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporose lentamente,

abrazó al primer hombre; echose a andar…

Firme invocación a la solidaridad humana y a la unidad en la lucha por la vida, por las más legítimas causas por las que combate el hombre de nuestro tiempo. Y optimismo claro de que esa batalla, al fin habrá de ganarse. Mientras eso no ocurra, mientras sigan galopando por nuestra pradera los “potros de bárbaros atilas” el deber de todos será persistir en la brega. Si España -es decir, si nuestra esperanza cae- entonces la tarea, es ir a buscarla…. (fin)

Lima, octubre del 2012

(*) Ponencia presentada ante el Simposio Vallejo y al Congreso Vallejo, organizados por la Casa Mariátegui y los Amigos de Mariátegui y por la Academia Peruana de la Lengua, respectivamente.

(**) Presidente de la Asociación Amigos de Mariátegui


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