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UNA  EN SEÑANZA DE LA HISTORIA

CONFEDERACION PERU-BOLIVIANA Y PATRIOTISMO DE CLASE

Publicado: 2017-03-24

Por FRANCISCO FEDERICO DEL CARPIO

Tomado de JORNAL DE AREQUIPA

En 1836 se había concretado el proyecto de Confederación entre las nuevas repúblicas situadas en el Alto Perú y el (bajo) Perú. Este proyecto se había mantenido desde la separación de Bolivia. Muchos líderes de la independencia eran partidarios de esta idea que beneficiaría a los empobrecidos comerciantes de Puno, Cuzco, y en especial de Arequipa, por las medidas aduaneras que se tomó debido a la conversión de los puertos chilenos en zonas francas. A estas razones de tipo económico, había otras de tipo antropológico pues los quechuas, que constituían y constituyen la mayoría de la población indígena del Perú habitan hasta hoy, en Bolivia, desde Cochabamba hasta el norte argentino, los quechuas -además- son hermanos de los aymaras que forman la mayoría de la población de Bolivia habitan en buena parte del altiplano peruano.

Cuando en 1778 se trató de desmembrar del virreinato peruano el Alto Perú, el virrey de entonces se opuso diciendo que el reino del Perú, bajo y alto, era una unidad geográfica y no admitía división, estando sus provincias enlazadas una con otra. Finalmente, aún hoy, el Perú y Bolivia, siguen siendo una unidad geográfica y cultural en ambos lados de la Meseta del Collao y en las hoyas del Titicaca y del Madre de Dios, pese a la inseparable unidad física de cada una de ellas.

Pero, la razón fundamental para el establecimiento de la Confederación era cuestión de estrategia geopolítica regional, pues, Brasil y Argentina estaban alcanzando un poderío singular por su condición atlántica y existía la posibilidad del restablecimiento de la Gran Colombia mirando al Caribe. Entonces, la Confederación Peruano-Boliviana era altamente conveniente, desde el punto de vista del equilibrio estratégico continental en vista de que Chile, con la ayuda inglesa, se venía organizando para adquirir la supremacía en el Pacífico sur como después lo consiguió.

Para el propósito chileno la Confederación colisionaba con su proyecto nacional. La burguesía gobernante en Chile con mejor visión que la peruana superaría sus querellas internas y actuaría en bloque ante esta política del Estado chileno, no siéndole nada difícil convencer a la oligarquía limeña y a los hacendados de la costa norte del Perú, de la necesidad de defender sus intereses de clase y actuar juntos frente a la “amenaza” subversiva de la indiada del sur peruano y de Bolivia. Así, pues, la naciente burguesía chilena invocó a la peruana solidaridad de clase para atender sus mutuos intereses comerciales establecidos desde los tiempos de San Martín y aún desde la colonia y oponerse de todos modos a la Confederación que los amenazaba.

Por ello en Lima y la costa norte la oposición fue total, su élite burguesa fue convencida por la chilena de que perdería su influencia en beneficio de la sierra sur. Esa relación de dependencia fue decisiva debido al intercambio comercial con Chile en vista que del Callao salía la producción azucarera de la costa norte con destino a Valparaíso a cambio del trigo chileno. Por otra parte los artesanos limeños, del Cusco y la sierra central fueron convencidos que el libre comercio de Santa Cruz los arruinaría por a la avalancha de mercancías que serían importadas.

Fue así que militares, políticos y aún ilustres escritores peruanos manejados por la oligarquía acudieron al llamado de su par chilena y ambas decidieron intervenir en los asuntos internos del Perú. Militares de rango como Antonio Gutiérrez de la Fuente, Agustín Gamarra, Ramón Castilla o Felipe Santiago Salaverry no dudaron en ponerse bajo las órdenes de la oficialidad militar chilena para invadir a su propio país.

Como si esto fuera poco, los blancos limeños y en general la oligarquía peruana no soportó (como hoy no soportan a Toledo ni a Humala) que un “indio jetón” como llamaban a Santa Cruz los gobernara, pese a que Gamarra no era menos indio ni jetón ni tenía méritos para gobernar el país, pero supieron utilizarlo, lo mismo que a Salaverry, quien era solo un generalillo intrigante y ambicioso que solo buscaba su beneficio personal.

Santa Cruz no era un extranjero en el Perú pues fue fundador de nuestra independencia, combatiente en las batallas de Pichincha, Zepita y Junín y había mandado por largo tiempo a los ejércitos peruanos. En el escalafón militar del Perú tenía el más alto grado, el de Mariscal de nuestros ejércitos.

Tal como hoy, la oligarquía peruana disfrazó su discurso con fraseología nacionalista diciendo que rechazaban a Santa Cruz por “invasor extranjero”, no por indio. Hoy hacen lo mismo al revés, prefiriendo a personajes de nacionalidad dudosa como Fujimori o Kuczynski que a indios como Humala o Toledo. A estos últimos transmutaron hasta convertirlos en fantoches suyos, internándolos en el mundo de la corrupción para descalificarlos después; pero, de quienes, paralelamente, se sirvieron hasta la saciedad y a quienes manejaron perfectamente.

Como los medios hoy, la intelectualidad de entonces liderada por Felipe Pardo y Aliaga, una suerte de El Comercio de su tiempo, propagó la idea de que al Perú le convenía ser gobernado por una minoría criolla, aquella que no pudo embarcarse a España después de la Capitulación de Ayacucho, porque, a su juicio, ella conocía, mejor que nadie, los manejos del Estado.

Felipe Pardo y Aliaga o El Comercio de 1836

Para los Pardo de todos los tiempos, entonces y ahora, el indio solo está hecho para servir y obedecer. Como si esto fuera poco en el Cusco, cuna de Agustín Gamarra, los curas, tal como hoy manejan lo que llaman ideología de género con la cruzada #Con mis hijos no te metas, desde el púlpito, hicieron correr el rumor de que la imagen del Señor de los Temblores, de triunfar la Confederación, iba a ser trasladada a Bolivia. Solo la insipiente burguesía arequipeña vio con buenos ojos este proyecto en la posibilidad de renovar sus antiguos vínculos con el Alto Perú y ser los intermediarios del comercio entre Gran Bretaña y el sur andino.

Fácil fue entonces para los adversarios criollos y burgueses de Santa Cruz y la Confederación encontrar un aliado en el gobierno del presidente chileno Joaquín Prieto, sobre todo en su todopoderoso ministro del interior Diego Portales los que prestos enviaron a las costas del Perú un par de expediciones comandadas por el almirante Blanco Encalada y el general Bulnes en integrada por oficialidad peruana para destruir el experimento unificador de las dos partes del Perú. Y lo consiguieron.

El gobierno Prieto-Portales y la oligarquía peruana enviaron en 1836 dos expediciones que llamaron restauradoras contra nuestro país. La primera estaba compuesta por 3.200 chilenos al mando de Manuel Blanco Encalada y Robert Simpson y 420 peruanos al mando de Antonio Gutiérrez de la Fuente(*). Esta expedición fue derrotada en Socabaya firmando Blanco Encalada el Tratado de Paucarpata donde, extrañamente, reconocía la deuda reclamada por el gobierno chileno debido al apoyo brindado a la Independencia del Perú; y, peor aún, se dejaba que las tropas chilenas regresaran a su país, como si nada hubiera pasado. Cuando Blanco Encalada llegó a Valparaíso ni eso les contentó, el Tratado fue rechazado por el gobierno chileno, y las tropas derrotadas en Socabaya regresaron mejor pertrechadas y con más peruanos.

En 1838, Manuel Bulnes, al mando de un ejército de 5.600 hombres, emprendió una segunda expedición. Aquí se alistaron Agustín Gamarra, Ramón Castilla y otros de nuestros connacionales, los que no descansaron hasta derrotar a Santa Cruz el 20 de enero de 1839 en Yungay. Luego, el congreso peruano reunido en Huancayo henchido de patriotismo nombró presidente provisional del Perú al general Agustín Gamarra y este confirió el grado de Gran Mariscal de Ancash a Manuel Bulnes, comandante en jefe de las tropas chilenas y “a los jefes y oficiales de la marina chilena… en recompensa de su valor”. Nada menos.

(*) Esta columna estaba comandada, también, por Felipe Santiago Salaverry, el general golpista que usurpaba la presidencia del Perú y que fue "reconocido" por "todo" el país, menos por Arequipa, cuyo territorio abarcaba desde Chala hasta Tarapacá. Después de Socabaya fue fusilado en la Plaza de Armas de la Ciudad Blanca. Este hecho ha sido convertido en un melodrama sentimentaloide que es recordado en una placa colocada en el antiguo local de la Municipalidad provincial de Arequipa por sus partidarios póstumos, principalmente Juan Manuel Guillén Benavides.

La Guerra contra la Confederación: sobre héroes, ritos y tumbas


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