TUPAC AMARU II. REVOLUCIÓN Y RELIGIÓN
Por Julio Yovera / Rebelión
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La presencia de la cultura y la civilización hispana, ajena a la cosmovisión de los pueblos ancestrales de nuestro continente, fue percibida de distintas formas. Si las etnias, a los inicios de la llegada de los bárbaros colonialistas eran vistos como amigos y aliados para golpear a los quechuas, que en el proceso de expansión y de configuración de su imperio, habían actuado con violencia, bien pronto se dieron cuenta que los invasores no eran sus liberadores sino sus verdugos.
El extermino fue atroz. Según Bartolomé de las Casas, desde que los colonialistas entraron a los dominios del Tahuantinsuyo, hasta 1542, cuatro millones de nativos habían muerto, biuna figuraen porque fueron asesinados o por epidemias y enfermedades.
La reacción de los pueblos nativos frente a los agresores no fue uniforme, ni siquiera al interior de las propias etnias. En efecto, mientras unos devinieron en colaboracionistas, otros los enfrentaron. Quizá el caso más didáctico del prototipo de traidor sea el de Felipillo, quien representa la imagen del inescrupuloso (independientemente que haya muerto por apoyar la rebelión de los nativos mapuches del sur). Otro, muy distinto, es el ejemplo de los caciques Marca Huilka o Poechos, que fueron los primeros que se enfrentaron a la invasión hispana y por ese “delito” murieron en la hoguera, asistidos por sacerdotes cómplices.
De hecho, hubo resistencia por ésta no calificada de acción revolucionaria. Hagamos la siguiente reflexión: Desde que se impuso la dominación, tomando como referencia la ejecución de Atahualpa, noviembre de 1532, hasta la primera gran rebelión de Juan Santos Atahualpa, 1742, habían pasado 210 años. ¿Qué explicación podemos dar a esto? ¿Por qué se reaccionó tan tarde?
La respuesta es una sola: la dominación fue no solo física, sino también mental. La religión, el opio de los pueblos que llamaría Marx casi un siglo después, convirtió a la población en rebaño, sino conforme por lo menos soportando su destino y temerosa de un dios supremo.
Herida en su autoestima, satanizada por haber practicado “la adoración de idolatrías”, la religión católica fue utilizada no como arma auxiliar sino fundamental en la mente de los nativos, que soportaron con estoicismo la explotación esclavista en las minas y la servidumbre feudal en el campo.
La superioridad técnica, el uso de la pólvora, el caballo, la lanza, el arcabuz no son suficientes para explicar la penetración profunda en la conciencia de los indígenas del temor, más que al castigo, a la irremediable condena al infierno. Los ministros de la fe les hacía creer que por el hecho de ser “indios” no eran seres humanos.
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Aflora entones una pregunta: ¿10 mil años –como mínimo- de cosmovisión ancestral, de adoración a las fuerzas de la naturaleza, a los apus, al sol, al dios Wiracocha, pudieron ser erradicadas fácilmente por el sacerdote, la Biblia y la cruz? ¿Y no es éste un argumento para sostener que el religión católica con su dios barbado es una demostración que se estaba frente a la “religión verdadera”?
No perdamos de vista que la evangelización fue un acto de imposición violenta, y traumática. Sobre todo, fue un asunto de vida o muerte para los españoles. Y por eso, torturaban y “evangelizaban” a los indios. Al respecto, el padre Bartolomé de las Casas nos da el siguiente testimonio de lo que fue la cristiana forma de tratar a los nativos:
“… yo afirmo que yo mismo vi antes mis ojos a los españoles cortar manos, narices y orejas a indios e indias, sin propósito, sino porque se les antojaba hacerlo, y en tanto lugares y partes que sería largo de contar. E yo vi que los españoles les echaban perros a los indios para que los hicieran pedazos, y los vi así aperrear a muy muchos. Asimesmo es verdad que tomaban niños de teta por los brazos y los echaban arrojadizos cuanto podían, e otros desafueros y crueldades sin propósito, que me ponían espanto, con otros innumerables que vi que serían largas de contar” (De las Casas: 176)
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Toda revolución es producto de un estallido de contradicciones acumuladas. La teoría científico social señala: cuando los de arriba ya no pueden gobernar como antes y los de abajo ya no están dispuestos a seguir dominados, las confrontaciones empiezan a manifestarse.
Pero, hay un factor más. Las revoluciones no solo requieren de condiciones objetivas, requieren también de condiciones subjetivas.
En los tiempos de la rebelión de Túpac Amaru, noviembre de 1780 (252 años de la muerte de Atahualpa), las condiciones objetivas maduraban a favor de la revolución. La vida de las masas indígenas se pauperizaron. Las minas eran tumbas; el orden colonial era un reino de exterminio y hambruna para las masas nativas; los tributos, verdadera estafas; las reparticiones y obrajes, actos de genocidio. En la costa, los esclavos negros vivían atados a las cadenas de la hacienda. Las condiciones objetivas eran follaje seco.
También se daban las condiciones subjetivas que operan o se manifiestan en el estado de ánimo, en la conciencia, en la voluntad de quienes están dispuestos a liderar las acciones que impulsen a las masas –también identificadas con la urgencia del cambio- a tomar el cielo por asalto. Este fenómeno apareció en toda su expresión con el liderazgo de Túpac Amaru II, descendiente directo del última inca Túpac Amaru, quien consideró que estaban dadas las condiciones para organizar y levantar a las masas para incendiar la pradera.
¿Fue mesiánico Túpac Amaru II? Nosotros preferimos decir que fue consciente de su destino. No era un fanático. Era un hombre preparado. Su formación intelectual era resultado de las dos culturas que estaban en permanente choque pero que a la vez, paulatinamente, se imbricaban en un complejo proceso de sincretismo.
Los jesuitas se habían hecho cargo de su formación occidental, leyó a los pensadores franceses; pero también se educó en la tradición oral de sus ancestros. Leía al cronista Garcilaso Inca de la Vega. No era un hombre más dentro de la sociedad colonial. Tenía cultura, economía y era cacique (jefe) de poblados importantes: Surimana, Pampamarca y Tungasuca. Por eso logró proyectar su liderazgo.
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Hábil y perspicaz. Se propuso unir alrededor de la revolución a las amplias masas. Que no lo haya logrado no descalifica su grandeza. No perdamos de vista su proyección estratégica, que la muestra cuando da su famoso bando antiesclavista de liberación de los negros. Muchos con ingenuidad y algunos con cierta sorna (recordemos que Túpac Amaru todavía sigue dando batallas), se han preguntado pero, ¿por qué la libertad de los negros si en el Cusco no los había en número significativo? La respuesta es la siguiente: con esa bandera programática buscaba que la rebelión prendiera también en los valles de la Costa, donde estaba concentrada una enorme masa de población negra. ¿Eso era o no una muestra de pensamiento estratégico?
Cuando se declara inca logró atraer a una masa importante. Era identificable y reconocido como un líder de coraje y buen entendimiento. Su ritualidad católica la siguió practicando. La contraofensiva hispana no solo fue militar, también fue religiosa. En la ciudad del Cusco en los años de revolución tenía 30 mil habitantes. En ella se concentraban “nueve conventos, tres monasterios, ocho beateríos y siete colegios manejados por la Iglesia” (WALKER: 93), que hicieron su “guerra santa” para derrotar a Túpac Amaru.
Al iniciarse la revolución, después de darle muerte al corregidor Arriaga y cuando obtiene su primera victoria en Sangarará, Tupac Amaru se convierte en el jefe de una revolución que es una lucha de clases, la primera que remece los cimientos del orden colonial. España apela a todo su poder, a todas sus malas artes para derrotar el movimiento. Y pese a todo, la revolución se mantuvo, cierto, cada vez en las condiciones más difíciles.
El clero en esta lucha de clases estuvo dividido. El sector privilegiado al lado de los jerarcas coloniales y el bajo clero, los sacerdotes, no todos pero sí un cierto número, al lado de las fuerzas insurrectas. Cuando la autoridad eclesiástica en su afán de romper el cordón que unía al líder con la masa creyente, lo excomulga lo hace porque sabe que esta acción a los ojos de la gente era una maldición que alcanzaba no solo al jefe y su familia sino también a sus seguidores.
La revolución se batió por dos años. Y cierra su primer capítulo con la captura y ejecución de un líder que murió para vivir. Desde la perspectiva de estos tiempos podemos decir que Túpac Amaru encarnó un Proyecto Revolucionario Andino. En efecto, aun cuando con la derrota de Túpac Amaru II se pierde la posibilidad que los sectores nativos lideraran y hegemonizaran el proyecto emancipador y se frustra la posibilidad de reconstruir en las mejores condiciones, la identidad de las culturas ancestrales y la construcción de la nación peruana de “todas las sangres”, como diría el escritor José María Arguedas, este ideal permanece.
El gran encuentro entre las culturas originarias y la cultura occidental está pendiente. Esa será una tarea que tendrá que asumir el pueblo y sus organizaciones políticas, cívicas y culturales.
Notas:
De Las Casas, Bartolomé. Brevíssima relación de la destryción de las indias, Biblioteca EDAF, España, 2005.
Walker, Charles. La Rebelión de Túpac Amaru, Instituto de Estudios Peruanos, Lima, 2015.