LA ESCLAVITUD PERSISTE EN EL PERU
Por FRANCESCA EMANUELE (*)
Valentina se levanta al romper el alba. Mientras encaja su cuerpo en un anodino mandil, va perdiendo, al menos por 12 horas, parte de su identidad. Valentina se convierte en una máquina de limpieza, prácticamente obligada a carecer de cualquier necesidad humana. Como si fuera una de las santas más santísimas, cuida de personas desconocidas sin casi recibir recompensa por ello.
Día sí, día también, baja la cabeza y es maltratada por quienes reciben sus cuidados. Valentina a veces sale a pasear los domingos, pero por lo general prefiere quedarse en esa casa ajena, buscando ahorrar los 20 soles que de lo contrario gastaría aquel día. Si bien sueña con tener una pareja, Valentina es soltera. La esclavitud que padece dificulta que entable relaciones más allá de su familia biológica.
Valentina votó por el actual presidente Ollanta Humala. Leyó que bajo su gobierno, sus condiciones laborales mejorarían, se equipararían con el resto de trabajadores. Oyó que el presidente Humala, prometió ratificar el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo, que ofrece protección a las trabajadoras y trabajadores domésticos, y exige a los Estados a brindar esta cobertura laboral. Después de ser electo, el presidente cambió de parecer y no volvió a referirse al tema. Una historia muy parecida a la del protocolo de aborto terapeútico, que formó parte del plan de gobierno pero, que no ha sido aprobado.
Valentina cree que no es coincidencia, asegura que el presidente desprecia a las mujeres, y que por eso -sabiendo que hay aproximadamente un millón de mujeres trabajando como empleadas domésticas en condiciones aberrantes- no ratifica el Convenio 189 de la OIT, al igual que por eso no aprueba ninguna de las exigencias respecto al aborto, si bien son cientos de miles de mujeres las que sufren debido a embarazos por violaciones o embarazos no deseados que destruirán sus vidas.
Ni aun teniendo a la cabeza del Ministerio de Trabajo a una mujer, y ni aun teniendo un Ministerio de La Mujer, se han visto cambios en este sentido. Todavía Valentina recuerda con indignación que el ex ministro de trabajo, Juan Villena, tildara de ignorantes a las trabajadoras del hogar en un encuentro con los sindicatos que las representan.
El sábado pasado fue el Día Internacional de la Trabajadora Doméstica. Nadie agradeció a Valentina por su trabajo, y menos se vio cubierta repentinamente por las prestaciones sociales a las que está negada, entre ellas la Seguridad Social. De hecho, se despertó como siempre con el sol, escondió parte de su identidad y tragó la dosis diaria de vejaciones.
Según el Sindicato Nacional de Trabajadoras del Hogar (SINTRAHOGARP), en Perú habría un millón de empleadas del hogar, el doble de lo que dice el Estado. La mayor parte de ellas trabajaría en condiciones de semiesclavitud, y casi en su totalidad serían mujeres. La estructura social peruana hace posible que ellas continúen siendo negadas de derechos tan básicos como acceder al salario mínimo o al cumplimiento de un horario laboral efectivo de 8 horas.
Sin embargo, con la voluntad política de conceder las condiciones para que los empleadores dejen de oprimir a las trabajadoras del hogar, el panorama sería distinto. Si tuviéramos un Estado responsable, y políticos que no velasen por sus propios intereses, un millón de ciudadanas trabajarían cubiertas por los derechos de cualquier trabajador formal peruano. Mientras tanto, las santas más santas que cuidan y trabajan por migajas, siguen emulando a las esclavas de nuestros tiempos, si bien la esclavitud en Perú fue supuestamente abolida en 1854.
(*) Tomado de Diario 16 Lima, 5 de abril del 2013