EL CASO CHEHADE: LOS NUBARRONES DE LA CORRUPCION
¿Acaso la corrupción es un mal inherente a la especie humana? Miren pues, un Gobierno que hizo de la anticorrupción su bandera, generándonos dudas. Que se hagan las investigaciones y que se sancione si corresponde. El apañar, el "justificar" al vicepresidente es caer en la práctica insana de esa lepra que le produjo náuseas a Manuel González Prada.
Por Julio Yovera
Omar Chehade se hizo conocido como un profesional firme en la lucha contra la corrupción del criminal y cleptómano Fujimori. Esa postura era el punto convergente entre él y las expectativas de cambio de un pueblo hastiado de una forma convenida de hacer política.
El proceso electoral último, precedido de las municipales, confirmó la polarización: cambio o continuismo. Se trazó una línea divisoria; de un lado, la camarilla corrupta y todos los que la alcahueteaban en sus más diversos vertederos; de otro, los ciudadanos dignos, de todos los matices ideológicos, que en aras de la salud y la moral del país, se movilizaron para cerrarle el paso a la mafia.
Fue una confrontación desigual y, pese a que, desde el gobierno, el poder económico, los medios de comunicación, la Iglesia de Cipriani, la alianza nada santa de la caverna latinoamericana (cita de los presidentes neoliberales de México, Chile, Colombia, Perú) pretendieron influir de manera desvergonzada a favor de la candidata del continuismo, el pueblo impuso su voluntad: elevó al señor Humala a la categoría de Presidente y a Omar Chehade como segundo vicepresidente.
El cambio era posible. La derecha dejó de trinar y empezó su graznido de ave de mal agüero. El nuevo gobierno será el desgobierno, dijo; adiós modernidad e inversiones, sentenció. Pero el capital monopólico es apátrida, y así como no tiene nación, tampoco tiene bandera. Y, poco a poco, se fue calmando, sus inversiones estaban garantizadas.
Hace pocos días, el 12 de octubre para ser más exactos, sin reservas, el sector popular salió a las calles a recordarle al presidente Humala sus promesas. Las voces mejor oídas eran las que demandaban persistencia en la lucha contra la corrupción.
El pueblo aspira a que se abra un proceso de gobernabilidad, de justicia social, descentralización, integración e inclusión. Por eso mismo, las autoridades centrales deben ser celosas en su conducta pública. Como dice el viejo refrán, no solo ser honradas, sino parecerlo. Y, lamentablemente, hay indicios que nos llevan a la conclusión que algunos encumbrados dirigentes del gobierno actual no parecen ser honrados.
Que la prensa espulgue a la roba cable y su folklórico esposo, que indague sobre los pasos del depredador ambiental, del empresario médico y congresista, todos ellos de Gana Perú, es un asunto que sirve para ironizar o cuestionar la audacia de la politiquería mediocre, parte del ya vasto zoológico parlamentario del país y que se suma al anecdotario de los que juraron “por Dios y por la plata”, del mata perro, del come pollo, de la roba luz, y tanto espécimen más.
Sin embargo, la denuncia contra Chehade, de parte del Instituto de Defensa Legal, entidad libre de toda sospecha de vínculo con el sensacionalismo fujiaprista, ha puesto en tela de juicio, no solo la coherencia del segundo vicepresidente, sino al gobierno, pues, si su discurso anticorrupción fue una pose electorera, con ello no hace más que fortalecer a las mafias, que se han enriquecido ilícitamente.
Cambian los personajes pero la práctica es la misma, incluyendo los desalojos violentos con resoluciones judiciales redactadas en el Jirón Azángaro. Eso que fue la práctica del fujimorismo parece ser la herencia del hasta ayer respetable Chehade.
El Gobierno tendrá que reflexionar. No se trata de cerrar filas contra la llamada “confabulación fujimorista” o de descalificar la nota periodística del IDL de “cantiflada”. Se trata de una denuncia seria, entonces, seria tiene que ser la respuesta.
Que Chehade responda con argumentos y que no se escude en esa perorata “el presidente me ha dado su respaldo”. Los demás del régimen deben actuar con prudencia. El espíritu de cuerpo es, a veces, una manera equívoca de hacer causa común con lo indefendible.
Dicen los especialistas de la salud, que el cáncer, si se trata a tiempo, tiene cura; para ello la ciencia investiga, analiza, evalúa y actúa. Suele ocurrir que para curar, a veces, hay que amputar. Algo de eso tiene que ver con la política.
El presidente Humala debe evitar engordar, metafóricamente hablando, del pellejo de los Fujimori y de la lengua de los García. Debe, como no, tratar la enfermedad para salvar al paciente, que, en este caso, es el país.
El gobierno actual no debe ser una estafa más. Así lo esperan millones de peruanos.